Intento presentar sin mayores pretensiones, la visión del desarrollo del juego en fútbol sala desde una perspectiva puramente espacial intentando evadirme de sistemas de análisis establecidos que describen un modelo táctico de juego en estructuras de relación colectiva ya observadas, analizadas, agrupadas y conceptuadas.
Esta publicación expone una argumentación teórica sobre el espacio entendido como idea general en la vida del ser humano y asumido en sí mismo como una experiencia y vivencia generadora de conocimiento.
La postura que adoptemos en la comprensión del espacio como experiencia inmanente al hombre, dictamina la extrapolación que hagamos en un juego de espacios como el fútbol sala. Por eso en el marco teórico encontramos situaciones metodológicas desencadenadas de una determinada interpretación inicial del espacio.
La reflexión crítica debe ser acompañada de una posible vía metodológica en el proceso de enseñanza-aprendizaje de unos contenidos concretos del FS como paradigma práxico de un criterio inicial como principio.
La existencia del ser humano se halla indisolublemente vinculada a la experiencia del espacio. El hombre vive su propio cuerpo y lo asume como el límite de sí mismo a partir del cual es posible crear un marco vital de referencia sobre el que organizar las relaciones que se establecen entre el individuo, el medio que le rodea y los demás.
Desde una perspectiva psicofisiológica, en los seres humanos la función sensorial entendida como receptora de los estímulos provenientes de uno mismo (sensibilidad propioceptiva) y del exterior (sensibilidad exteroceptiva) permite al individuo obtener información sobre una realidad subjetiva y configurar sobre sí la experiencia de la vida.
De esta forma el cuerpo es ante todo el instrumento mediante el que –o mediante cuyos órganos de los sentidos y capacidades de movimiento- nos está dado el espacio.
El mismo cuerpo es además un espacio, un espacio particular, propio, y con ello una parte del espacio que nos rodea (…). El cuerpo es, en sentido inmediato, el asiento de mi “yo”, y el mundo espacial me es procurado sólo por el cuerpo, o acaso mejor: mediante mi cuerpo estoy introducido en el mundo espacial” (Gómez Perlado, 1987).
Una vez inmersos en el universo de las sensaciones, estímulos captados por nuestros receptores a distancia (ojos, oídos, nariz) e inmediatos (tacto gusto e interoceptores), comenzamos a dar paso en nuestro conocimiento sobre el mundo experimentado, a la percepción de dichas sensaciones y su interpretación por parte del individuo.
En este sentido, tanto la captación sensible como la toma de conciencia de este hecho, son procesos en sí mismos incompletos, extrapolados de una realidad concreta y que el individuo no sólo es incapaz de percibirla de forma absoluta, sino que además se halla limitado en su propio marco de referencia, lo que le da un punto de vista sensorial sesgado y evidentemente parcial.
Lo demás son juicios simbólicos que modelan su propio mundo de cordura.
Tanto las sensaciones como las percepciones han sido objeto de serio estudio y no se hallan actualmente exentas de diversas interpretaciones filosóficas sobre la capacidad de interpretar los estímulos de forma innata o si por el contrario sólo las experiencias adquiridas y sus asociaciones son el origen de las percepciones.
Sin entrar en peregrinas disquisiciones, lo cierto es que es posible la elaboración de planes y programas de entrenamiento perceptivo (Pinaud,1993. M.Sillero y J.J.Rojo, 2001) que de alguna manera optimicen nuestras capacidades y el aprendizaje de nuevos conocimientos que sustenten otros de mayor envergadura dentro de la lógica sociomotriz interna en el juego del Futbol sala.
“La percepción es una toma de conocimiento del medio ambiente por selección y asociación de informaciones. Comportando una parte de innato, puede ser sin embargo objeto de aprendizaje” (Rigal, Paoletti, Portmann, 1993).
En el contexto puramente espacial, la experiencia ontogénica del ser humano con respecto al espacio y siguiendo a Piaget (1948), pasa de ser una vivencia de carácter motriz y perceptual inmediata donde sólo existe el espacio que me confiere mi propio movimiento y punto de vista (espacio perceptivo), a de forma progresiva ir adquiriendo la posibilidad de experimentar el espacio simbólicamente desde perspectivas distintas en un ejercicio de descentración personal.
En este proceso de interrelación espacial, el denominado espacio topológico captado objetivamente sobre referentes personales y el ambiente, genera el concepto de espacio psicológico o perceptivo que alude al resultado de una operación selectiva e interpretativa realizada por nuestra percepción sobre el espacio topológico (Munir Cerasi,1973).
Como ocurre en todas las manifestaciones del ser humano, el hombre se halla inmerso en un espacio cultural que determina su vida y en cierta medida todas sus acciones. Existe un filtro cultural que selecciona los datos sensoriales del entorno, relevantes o superfluos, diseñando lienzos de matices culturales específicos de cada colectivo social. “Los individuos pertenecientes a culturas distintas no sólo es que hablen lenguajes diversos, sino que están situados en mundos sensorialmente diferentes” (Gómez Perlado de E.T.Hall, 1973).
A este respecto la vivencia del espacio propio y ajeno está sujeta a esos componentes culturales que condiciona de alguna forma tanto el concepto de espacio como la interpretación que el individuo hace del mismo.
Las referencias, juicios y reflexiones que se originan en un contexto cultural determinado en relación con el espacio, manifiestan las mismas limitaciones que el resto de las partes que engloban el conocimiento humano, puntos de vista parciales de una realidad percibida ya de forma parcial.
Sobre todas estas ideas y quizá de forma paralela se ha ido construyendo el mundo deportivo como paradigma del juego de la vida real.
En definitiva la vida de los hombres no es otra que la conciencia de su propio espacio y las interrelaciones que se desprenden con el medio y los espacios físicos, sociales y culturales constituidos por él mismo y el resto de los hombres.
La libertad, el poder, los conflictos y las guerras no son sino manifestaciones de los seres humanos en la lucha por los espacios de ocupación personales, geográficos, sociales y culturales en el contexto de la vida y la historia.
Los deportes sociomotrices de oposición-colaboración, representan un microcosmos donde esa pugna espacial se lleva hasta sus últimas consecuencias en el éxito o fracaso de las acciones individuales y/o colectivas de los grupos sociales que se enfrentan.
El dominio de los espacios y la creación de espacios de poder son el fundamento simbólico sobre el que se sustenta el juego deportivo en el que el instinto de supervivencia se define por la lógica interna de que se juega para ganar. El resto son consecuencias de este hecho.
Todas estas consideraciones intentan no hacernos olvidar que la disciplina deportiva del fútbol sala en concreto, no es otra cosa que una constante búsqueda de espacios de ocupación y de intenciones tanto individuales como colectivas para poseer y hacer de esos espacios constitución misma de los participantes que interactúan entre ellos definidos por los roles que les otorga la pertenencia o no del balón; pero lucha de espacios en definitiva.
La experiencia docente en el proceso de formación de jugador@s de fútbol sala desde su precoz iniciación lúdica, hasta el vuelo libre en el rendimiento de la edad adulta, conlleva permanentes y constantes modificaciones en la forma de entender este deporte. Tampoco queda al margen de la tremenda pugna interna de enfrentar en fratricida y desigual batalla, la adecuada planificación metodológica, didáctica y deportiva en beneficio de la madurez del deportista, y la no menos legítima en el contexto competitivo, ansia de ganar.
Querer ganar es el fundamento esencial de una propuesta de juego en el sentido más puramente deportivo donde se enfrentan dos contendientes que, sin reflexiones metafóricas sobre el carácter beligerante del ser humano, participan bajo la incertidumbre del final del encuentro sobre quién ganará, quién será mejor, quién más eficaz, quién más afortunado…
El placer del juego en su propia expresión práctica está supeditada a la lógica que define el mismo juego de práctica, puesto que sin intención de superación a las dificultades que nos impone el desarrollo de su vivencia sería una manifestación motriz sin objeto alguno refiriéndonos a las acciones significativas en el Futbol sala.
En esta idea, excepto antropólogos, sociólogos y epistemólogos, probablemente los entrenadores estemos de acuerdo. Sin embargo esta verdad sustancial de la propia y legítima identidad del juego deportivo, queda postergada en los pedagogos del proceso de aprendizaje de la misma disciplina deportiva en beneficio de la correcta adquisición de los elementos físico-tecnico-tácticos básicos que aseguran y afianzan un conocimiento más profundo y eficaz sobre la actividad en la que se participa.
El educador deportivo no renuncia al sabor de la victoria inmediata, pero es plenamente consciente de que afianzar un conocimiento a lo largo del tiempo en términos de perfeccionamiento exige una gran inversión de tiempo y calidad de entrenamiento.
Nos encontramos entonces con la primera contradicción del juego deportivo, es decir, se juega para ganar pero el adecuado proceso de formación es lento en la consecución de sus objetivos planteados a largo plazo en vez de encontrar soluciones eficientes y satisfactorias en el momento presente.
¿Por qué la búsqueda imperiosa de los resultados a plazo inmediato corrompe de alguna forma la inmaculada estructura formativa de un proceso pedagógico? La respuesta es compleja y el origen del problema profundo. El juego deportivo a diferencia del juego de la vida, está creado a partir de unas normas o reglas más o menos sencillas aplicadas en principio, de igual manera a unos y otros.
La cobertura legal que define una disciplina concreta es tan reducida que es relativamente fácil determinar quién infringe las reglas del juego. Pero esto es de aplicación en el propio desarrollo de la actividad, no en el proceso formativo que tiene como consecuencia la manifestación reglada del deporte en cuestión. Es decir, si todos aquellos responsables de la evolución deportiva de los jóvenes jugadores/as no intervienen de forma similar en los objetivos de trabajo en un marco didáctico de aprendizaje consensuado, estamos jugando con reglas diferentes.
No me refiero a la calidad del técnico que aporta distintos contenidos de entrenamiento ni de la exposición de metodologías distintas, unas más operativas que otras, sino de la búsqueda permanente de las fisuras o vacíos didácticos en el frágil proceso integral de formación, que permiten acceder cómodamente a un conocimiento lógico-motriz mediante el cual obtenemos prontos resultados, beneficiándose de la línea pedagógica seguida por el resto de entrenadores.
La utilización de los espacios, los principios básicos de intenciones tácticas defensivas y los criterios tácticos colectivos de ataque, son tierra abonada para predicar una filosofía de juego parcial que no completa en absoluto la realidad de un deporte de equipo abierto y creativo, donde los propios participantes hacen de su acción formas distintas de interpretar esta disciplina deportiva.
Los espacios de juego representan en realidad el fundamento sobre el que se sustenta el propio juego en cuestión, es decir, no sólo establece el tablero de disposición sociomotriz al uso y manejo de un determinado móvil, sino que constituyen en sí mismos el fin primero y último del desarrollo de la actividad.
Por tal privilegio deberían formar parte de la esencia metodológica en el proceso de enseñanza aprendizaje y por eso mismo son objeto de estudio por parte de los entrenadores, en su utilidad y en favor de una mayor y mejor competencia sobre la praxis físico deportiva contra un/os adversario/s.
Al ser un asunto de orden metodológico son ya la mayoría de los técnicos en nuestra comunidad deportiva, los que se acogen a una enseñanza estructurada desde los espacios amplios (aprendizaje global), transito a espacios reducidos (iniciación específica) y a la reducción máxima de espacios (aprendizaje específico y perfeccionamiento) en una progresión sistemática que se extiende a lo largo de diez años.
Históricamente en el juego del fútbol sala, como ocurre con el resto de los conocimientos del ser humano, la estrategia para generar conocimiento sobre la materia en cuestión, ha sido intentar describir un suceso desde la lectura de lo observado exteriormente y agrupar acontecimientos sociomotrices que compartan elementos de relación entre los participantes y que sean comunes unos a otros, para poder de esta manera, dar concepto a unos hechos que hasta ese momento parecía que no tenían nombre.
De esta forma el hombre aborda su absurdo salto al vacío en busca del conocimiento.
Primero sus mecanismos sensoperceptivos son limitados y sólo le permiten captar una parte de una realidad observada. Segundo, su punto subjetivo de referencia no le consiente observar un acontecimiento desde una perspectiva global, y tercero los medios que utiliza para comprender y transmitir lo observado no dejan de ser representaciones simbólicas (Cassirer, 1944) de los hechos reales.
Así que sólo se aspira a una aproximación lo más fidedigna posible a una realidad parcial que, personal y culturalmente, ya es percibida de forma sesgada tal como se señalaba en líneas precedentes.
Desde mi parcial punto de vista, los técnicos deportivos somos víctimas del sistema epistemológico general de adquisición de conocimiento en cualquier aspecto concreto, es decir, para comprender las cosas globalmente las analizamos y disgregamos en partes de más fácil comprensión y se estudian por separado para después imbricarlas formando un todo coalescente.
De esta guisa, en los deportes colectivos se distingue la técnica y la táctica como ámbitos particulares de una disciplina con unas reglas particulares y que en sí mismas también se hallan definidas por distintos elementos que las constituyen y que lo único que pretenden es describir lo que ocurre en el 40 x 20. Así, nos encontramos con los desplazamientos, el pase, el la conduccion y el chut, constitutivos de lo que entendemos por nuestro juego, y por otra parte disponemos también del análisis de los sucesos de forma colectiva en procedimientos y/o medios tácticos como el “pase y va” el “cruce” o el “bloqueo” representando acontecimientos etiquetados distinguidos y distinguibles de entre la amalgama de acciones que se dan en el terreno de juego.
Bajo este discurso los técnicos deportivos hemos construido nuestro acervo metodológico del proceso de formación de jugadores/as desde la atalaya del análisis descriptivo elaborando las tareas a partir de los procedimientos descritos y no desde la lógica primitiva del puro concepto espacial al margen de los sucesos específicos que inevitablemente se dan de forma natural.
La única aproximación a una realidad espacial es que con el objeto de que dichos medios o procedimientos sean adquiridos en un proceso de enseñanza-aprendizaje metodológicamente correcto, se presentan de forma secuencial desde espacios amplios a espacios reducidos en una progresión didáctica siempre bajo soluciones descriptivas previamente conceptuadas. “En las edades de formación suelen plantearse con cierta frecuencia situaciones donde es necesario comprender determinados aspectos espaciales de las mismas (…), pero… ¿Comprenden los niños cómo deben jugarse este tipo de situaciones, o los entrenadores se conforman con que sus jugadores las realicen más o menos acertadamente? (…)
Así, la mayoría de las situaciones problemáticas que presenta el juego son solucionadas por el entrenador de forma inmediata, cuestión ésta que dificulta aún más la comprensión de algunos aspectos básicos del juego, como es la ocupación de espacios en el juego de ataque”. (García Herrero, 2000)
No discrepo en absoluto sobre la necesidad de un exhaustivo análisis de una determinada realidad a fin de comprender su esencia o del uso de las herramientas de síntesis, en el sentido más puramente gnoseológico, que permitan un abordaje más cómodo al estudio de un área específico.
Sencillamente encuentro fragilidad en el hecho descriptivo de sucesos por su imprecisión a la hora de representar lo que pretenden y encuentro dificultades en comprender si un conocimiento creado a partir de observaciones imprecisas puede ser sólido y mantenerse incólume con el paso del tiempo.
La historia del hombre nos demuestra lo contrario.
La propuesta que en este artículo se presenta no pretende por supuesto, resolver los problemas de adquisición de conocimiento en el ser humano, ni es nuestra inquietud desvincularnos de las posibilidades analítico-sintéticas, entre otras cosas porque nos es esencial y culturalmente imposible.
La intención es elaborar una estructura de juego desde el punto de vista espacial e intentar evitar modelos procedimentales que determinen soluciones de juego etiquetadas, aunque nuestro sistema de “inducción espacial” germine situaciones tácticas idénticas pero con orígenes de aprendizaje y comprensión distintos.
Por una parte el entendimiento de la actividad se sustenta en las acciones cooperativas determinadas aprendidas en un espacio concreto y por otra, la formación de esa práctica se fundamenta en la interpretación, posesión y dominio espacial per se.